El hecho de que 1.200 personas fueran brutalmente asesinadas, mutiladas, quemadas, violadas y profanadas por terroristas de Hamás, y que 240 personas fueran secuestradas de sus hogares y llevadas como rehenes a Gaza, es innegable e incontrovertible.
Parte, pero solo parte, de las pruebas de estas atrocidades proceden de la propia Hamás, que ha compartido con orgullo videos filmados por ellos mismos en los que los terroristas celebran alegremente los asesinatos, las humillaciones y la toma de inocentes como rehenes. Otros proceden de videos de cámaras de seguridad, sobrevivientes y rescatistas, fotos de casas y víctimas bañadas en sangre, y testimonios de cientos de civiles que pasaron horas escondiéndose de los terroristas de Hamás, perdieron familiares o vieron a sus amigos llevados como rehenes.
Los responsables de la identificación de los cadáveres de las víctimas del 7 de octubre también han documentado públicamente lo que encontraron durante ese proceso, y han compartido detalles importantes sobre los métodos que Hamás utilizó durante su matanza.
Ha sido especialmente alarmante oír a algunos cuestionar la generalización de la violencia sexual documentada por Hamás contra mujeres y hombres, muchos de los cuales fueron asesinados el 7 de octubre. Esto, a pesar de los testimonios de testigos y de las pruebas fotográficas, demuestra la voluntad de negar a las víctimas israelíes la misma credibilidad que se da a las víctimas de agresiones sexuales en todo el mundo.
Escuchar afirmaciones de que lo ocurrido no ha sido verificado —o incluso que ha sido inventado— es doloroso, y obedece a la determinación de blanquear la masacre de Hamás. Hace eco a quienes han intentado negar el Holocausto, o a las afirmaciones de que los testigos adolescentes de masacres escolares en Estados Unidos son "actores de crisis".